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martes, 15 de febrero de 2011

Grecia de mi corazón

Yvonne Silva E.

PRIMER DÍA EN ATENAS

Llegamos a Atenas por British Airways a las 10:30 de la noche. Habiamos dejado el aeropuerto de Gatwick a las 6:00 de la tarde, mas considerando que Grecia está adelantada a Londres una hora, realizamos el vuelo en tres horas y media. El gasto por viajero no excedió 104 Libras (Pounds).
Estaba muy desconcertada pues al salir de Londres sentí que perdía toda mi seguridad. Además, no podía hacer la conversión de moneda, tenía que partir desde el punto de 160 Dragmas por dollar. Fue imposible mi esfuerzo, no entendía nada. Desconfiaba de la gente: era otra muy distinta a la que acababa de dejar.
Los taxistas se hacían los canallas con movimientos sospechosos al acercarse a ofrecer sus servicios. Una parte de un muro que lucía cierta falta de limpieza, frente a la caja de cambio, anunciaba en cartelitos hechos de rápida manera lugares de alquiler a 4, 5, 7, 8, 000 Dragmas; no tenía idea si eran caros o baratos para darme una idea de su presentación, las estrellas que esto determinan no aparecían por ningún lado; era angustiante, divertido, misterioso, estar en un lugar tan amado, tan largamente soñado y al mismo tiempo tan desconocido. Además, yo no quería llegar a un lugar tan impersonal como es un hotel, quería meterme en el corazón de la ciudad, de la gente y absorberla, quería evitar a toda costa ser turista. Era como regresar desde un lejano tiempo. Pensaba que si Ulises, Aquiles o el mismo Homero regresaran estarían más o menos en las mismas condiciones que yo.
La escritura se me escondía, no podía, no podía leer. Nos acercamos a una pequeña oficina de información y una joven que parecía india nos hizo una reservación en un hotel situado en  La Plaka, según lo solicité más bien por intuición. Nos entendimos con ella en un mediocre inglés por ambas partes; aun así, pudo recomendarnos no pagáramos más de 10, 000 dragmas al chofer, comencé a entender las equivalencias.

El taxi se deslizó con rapidez -y lo mismo su taxímetro- por calles que podían pertenecer a cualquier lugar anodino y... por qué no decirlo, feo.
Hicimos por lo menos 20 minutos. Llegamos a La Plaka y los nombres que iban a ser mis asideros comenzaron a fluir con más continuidad de la que imaginaba.
Empecé a sentirme feliz, estaba concentrando a mi familia. Por principio de cuentas el hotel llevaba el nombre de “Omiros”. Al estar bajo el amparo de este amado nombre sentí un cálido abrazo de bienvenida: en la misma calle se encuentran el “Hermes”, el “Afrodita”, y la calle se llama Apollonos. Sentí una explosión de burbujas en todo mi ser.
La habitación no era especial pero no estaba mal y como daba a la calle me despertó por la mañana el maravilloso sonido de risas y voces en lengua extranjera que me deleita escuchar en los viajes, y sobre todo aquí, lengua griega.
Me asomé al balcón: la calle era angosta y aunque apenas comenzaba la mañana ya la gente se desplazaba por las baldosas como en un inicio de algarabía. Brillo y vivacidad animaban los semblantes, los pocos comercios que se distribuían a lo largo de la calle adornaban sus locales con la exhibición de ricos colores que impregnaban característicos estampados en faldas, camisas, bolsas, pañuelos para el cuello, en una gama de terracotas, violetas, arena, púrpuras, etcétera, sin faltar los oliváceos. Las pulidas baldosas seguían gastándose en el tiempo por infinito número de plantas provenientes de lejanas tierras sin contar las locales. La Plaka es la parte antigua de Atenas.

Desayunamos -¡el colmo!- en un restaurante americanano y, por supuesto, tomamos un almuerzo con huevos estrellados, etcétera, etcétera.
¡Mea culpa! En el camino a desayunar, vimos unos tapetes de muy alto precio y no tan atractivos. Las tiendas con sacos, estolas y abrigos de pieles abundan -lo menos hay dos en cada calle. Entramos en una de ellas, vi un saco corto precioso, -en los viajes me acomete la curiosidad de establecer diferencias en todo y por todo- así que me cobijé en su nívea blancura cuyo color era lo único indicado para mi lugar de origen, ¿qué iba a hacer yo con semejante calentador encima? Y además parecía de un alto costo. Para los curiosos que quieran hacer la conversión de 350, 000 dragmas a pesos lo sabrán, yo aún no lo sé.
Después de recorrer algunas calles llegamos a una gran plaza: Sindagma, que significa eso: plaza. En el extremo izquierdo de la plaza un imponente hotel anunciaba “Gran British Hotel”. Me sentí muy bien, el espíritu de mis leones tutelares no me abandonaba; ya explicaré por qué estos hermosos animales eran mis guardianes cuando narre mis andanzas británicas. Por lo pronto, disfruté de esa presencia tácita de lo que acababa de dejar, en el mismo momento que ante mis ojos se extendió enorme, con sus hermosas fuentes y jardines la plaza Sindagma custodiada por la avenida Amalías. Frente a la plaza se encuentra el edificio del Parlamento, que fue primero el palacio real, construido en el reinado del rey Otto, quien era babarés y esposo de la reina Amalías, de la cual lleva su nombre la avenida principal, misma que conduce hacia el templo de Zeus y el arco de Adriano, hasta donde se extiende el parque Nacional, que pertenecía al Palacio Nacional y fue mandado construir por la propia reyna. Una tarde caminamos por este gran parque y descubrimos entre la hondonada, un bello edificio de estilo neoclásico que, después lo supe, actualmente se utiliza para exposiciones y conferencias.
Bajo el Parlamento se encuentra el monumento al Soldado Desconocido en donde día y noche montan guardia guapos mancebos vestidos de forma peculiar: motas negras adornan la punta de los zuecos con los que se calzan enfundados en mallas blancas; un jacket beige adornado con acordonados negros y rojos, cubre hasta la mitad del muslo; del birrete, que ostenta los mismos adornos, pende una gruesa y oscura trenza que se desliza con gracia hacia el pecho. Hay algo de encanto femenino en este atuendo no obstante la presencia de una intimidante carabina, o algo así, que sostienen los tensos oficiales con denuedo y gallardía. Aunque no me sentía turista no pude evitar los requiebros inherentes a este papel y no dudé en tomarme una fotografía con uno de estos atractivos guardianes, no sin antes consultar discretamente el parecer del guarda elegido que se puso rojo como la grana y al no poder emitir palabra, porque así lo requiere el reglamento, asintió bajando los párpados, al retirarme le expresé mi agradecimiento a su gentileza y el esbozó una sonrisa con un dulce mensaje en los ojos. Era muy bello.

La misma avenida Amalías lleva hacia el arco de Adriano, como antes comenté. Este es monumental, como todo lo que se ve en Atenas, y, bueno, en todo Grecia, y frente al Arco, como remate del Parque Nacional está nada menos que el templo de Zeus Olímpico, de altísimas columnas de estilo Corintio. Fue comenzado por el tirano Pisístrato en el año 530 antes de Cristo y terminado por el emperador Adriano a mediados del segundo siglo después de Cristo. Este templo se componía de 104 columnas y es considerado como el templo más grande de Europa. Venecianos, genoveces, romanos, ingleses, sólo han dejado 16 columnas -una derruida. La rapiña nació con el mundo. ¡Hay mis ingleses! muestran lo mejor del Partenón en British Museum.

El Arco de Adriano, según lo decretado por el Emperador, dividía Atenas, la parte vieja a la que llamó 'Ciudad de Teseo', de la parte nueva, a la que por supuesto llamó 'Ciudad de Adriano'. Este Arco está flanqueado por pequeños pilares estilo Corintio. En la placita que se forma entre el Arco y el Templo de Zeus se encontraba un joven japonés dibujando de forma magistral el citado Arco. Observé por un momento y me retiré felicitándolo, los artistas no tienen fronteras. ¡Enhorabuena, jovencito!

Seguimos hacia El Partenón:

“... arre, arre Odiseo
al Partenón... al Partenón...”

recordé no sin deleite y veracidad este hermoso poema del poeta Juan Carvajal.
Aunque el Partenón se vislumbra desde lejos, si que hay que peregrinar para merecer estar a su pie y perder casi los tuyos ante tan inconmesurable grandeza, aunque una vez ahí, un torrente de lágrimas me lo ocultó.

“A donde quiera que voy, Grecia me hiere…”

Sentí esa verdad del poema de Giorgio Seferis recorrer mi ser. Así es. El Partenón fue un torrente de penas indecibles, las ruinas de una grandeza que nada podrá restaurar sino al contrario, todo intento de restauración es una profanación que abre más la herida.  Algo en mí se reveló ante la presencia de uno de los monstruos apocalípticos, un infernal aparato (llamésele grúa) ocupaba el sagrado recinto en donde antaño gráciles pies virginales se deslizaban diligentes resguardando los utencilios ocupados en el ritual de la diosa, la divina Atenea Partenos, por lo que se le llamó Partenón y que, como es sabido, significa vírgen. Por este motivo, sólo eran las vírgenes quienes podían entrar en el sagrado recinto. Y así, de pena en pena me llevaban mis pasos, el deambular por mi casa en ruinas que aunque sabido, no así vivido. Y en este recorrido me  encontré con Dionisos, el hermoso Dionisos que yace también, mutilado y sin bridas en su mano, con un ademán eterno de auriga ante las cabezas de sus caballos que ya no necesitan guía, sus cuerpos inexistentes no podrán más lanzar al viento sus orgullosas crines y quietos permanecen nostálgicos junto al dios que guarda impotente, entre los escombros al pie del templo la pasada gloria de su estirpe, día y noche, hasta que vuelva como los hombres al polvo Dionisos soportará las inclemencias del tiempo y el viento y el sol trabajarán inagotables su cuerpo. Sólo la lluvia llegará piadosa y entonces Dioniso podrá  desahogarse y llorar oculto, amparado bajo el torrencial manto de ella que lo protegerá de que su dignidad no se vea quebrantada. La gente dira: -“Mira, cómo resbala la lluvia sobre los perfectos razgos del dios” Sin embargo, tal vez, corre mejor suerte que otros de sus hermanos, aún está en Grecia, cielo y tierra griegos mientras que otros permanecerán solos y expatriados en lejanas y extrañas tierras y se lamentarán “Oh Lord Elgin, cuánto mal nos hiciste…”
Dejo la Acrópolis con el corazón destrozado, y para más desgracia una moderna y guapísima griega (tipo Melina Mercoury) me echa de ahí con gritos desaforados. Pienso que las Furias, las terribles y devastadoras Erinias son las que hoy se han posesionado de este sagrado lugar que siento me pertenece. Varias dimensiones y emociones se conjugan dentro de mí y no sé bien en cuál estoy. Me enfrento a ellas -eran cuatro y un hombre- de una manera un tanto inconsciente, las siento fuera de contexto, a pesar de que defienden que se haya violado una demarcación (mi acompañante pasó del otro lado del cercado, y yo al escuchar las agresivas voces paso tambien en apoyo a mi acompañante y como un reto a que me saquen del lugar que es mío ¡lo amo, lo entiendo, y por eso es mío! Dionisos acaba de saberlo así, quizás en mucho tiempo nadie lo ha visto ni sentido como yo ahora, y por eso es mío. “¡!Es mío”!!  les hago saber aturdidamente a las Erinias que gritan “¡Helá! ¡Helá! En la primera dimensión resultaron ser vigilantes pertenecientes a Antropología, según se identificaron y tenían razón sobre mí. Me sentí humillada de que ellas, a quienes también amaba, no me reconocieran, pero salí con la cabeza erguida e imperturbable como Dionisos me enseñó que se debe estar ante las inclemencias. Si hubiera estado lloviendo hubiera podido deshagorme, protegida por la lluvia, como lo imaginé a él.
Bajamos por los níveos Propileos, en donde se encuentra el pequeño y bellísimo templo de Atenea Victoria o Nike Aptera, mármol blanquísimo en estilo Jónico (recordemos que el Partenón es Dórico) cuatro columnas por cuatro y a dos pórticos, en su interior, sólo una habitación simple, la cela que estaba abierta al Oriente por dos pilastras por donde se entraba –como en la mayoría de los templos clásicos, por el Oriente- columnas más esbeltas que las del Partenón, monolíticas y de 24 canaladuras. Sus capiteles sostenían un friso cuya historia, ya sabemos , se exhibe, la mayor parte, en British Museum gracias a … también ya lo sabemos, Lord Elgin. En el friso oriental se representaba una asamblea de dioses y batallas entre griegos y persas, de los que se pueden ver copias en yeso, y una pequeña parte en originales aunque muy restaurada. La leyenda nos cuenta que en el interior de la cela se encontraba una estatua hecha en madera de Nike Aptera, sin alas, recordemos que se daba a Atenea otras atribuciones, en este caso, le daban el atributo de Victoria, y así, se dice que la representaban sin alas porque los griegos se las cortaron para que no volara nunca fuera de Atenas.
La tarde caía sobre la Acrópolis, que la revestía con un hálito ahumado, y por no dejar, aún pude tomar algunas fotografías del Partenón, que curiosamente salieron, para mi asombro, y además, captar, como si esto hubiera cubierto la cima, el peso de la tragedia que me invadía: la Acrópolis de noche.
También el Odeón de Herodes Aticus, pude captarlo en un instante con mi humilde Kodak Cammera. No obstante, me sentí incómoda y absurda con el hecho de que esta vestal tuviera que recurrir a una actual maquinita para gravar las ruinas de su corazón.